Que una joven desconocida haya venido a visitarme es una sorpresa más
agradable que este sol de primavera que nadie esperaba en una tarde de otoño;
gracias por las flores frescas, por ofrecerse usted misma a colocarlas tan
delicadamente en el jarrón chino a medio llenar de agua, agua del Sena si hay
que hacer caso al amigo que cada semana la renueva; ¿dónde ha conseguido las
rosas negras?; no importa, son hermosas; junto a las blancas configuran un
delicioso ajedrezado vegetal; ya sé por dónde va, conozco a las mujeres, saben
obtener lo que quieren de los hombres aunque yo, que me he casado con varias
viudas y sus fortunas, parezco el mejor indicado para dar lecciones de
seducción o interés; deje que la observe, en cierto modo es usted como yo, no
sólo por parecer instruida y elegante, sino por su intención de galantear conmigo
por amor a otro, igual que hice yo con mis esposas; usted y yo amamos lo mismo,
por eso viene aquí, no por admiración o respeto, no se engañe, sino por obtener
algo para sí misma y justamente por eso (no se asuste al verse descubierta) me
cae bien; antes de nada le diré que sí, que merece la pena; si tiene verdadero
talento, si ama el ajedrez más que otra cosa en el mundo, si le es fiel casi
siempre, él será bueno y leal con usted; a mí acabó dándomelo todo a los
treinta y un años, todo lo bueno que puede dar en esta vida, se entiende:
dinero y celebridad; ¿pero lo hice sólo por eso?, no; lo hice, créalo, por
amor; amor a la belleza, al perfecto equilibrio y al orden inefable que el
ajedrez pone en la mente del jugador durante algunos instantes de la partida;
sólo los místicos, los artistas o los amantes podrán imaginar de lo que hablo;
debe saber que he puesto todos mis sentidos y mi fuerza de voluntad en
disposición de vivir y revivir ese éxtasis y por eso he conducido mi existencia
por los caminos más contradictorios y errantes: he sido jurista, actor,
paramédico, intérprete, soldado y hasta ruso y francés; esta pasión me ha
traído problemas, algunos me han llamado traidor, pero no es verdad, mi
verdadera patria es el ajedrez y sólo he intrigado contra él en los períodos en
que el alcohol, esa triste herencia familiar, ha vencido sobre mí; por eso,
sépalo, sólo puedo arrepentirme de no haber creado más y más combinaciones
imperecederas, muchas veces por la incapacidad de mis oponentes; en todo caso, le
aconsejo que estudie en profundidad el libro que publiqué antes de mi
enfrentamiento a Capablanca, cierto que no aparece en él la inmortal de Margate
y otras creaciones hoy históricas, pero encontrará por ejemplo la misteriosa
partida jugada con un desconocido en Moscú cuando contaba sólo veintitrés años;
en fin, el sol se pone ya sobre este cementerio de Montparnasse, señorita, y
temo por su integridad; la invito a marchar y a regresar lo más pronto posible;
como diría Scarlett en Lo que el viento se llevó (no imagina
cuánto me gusta el cine), “mañana será otro día”.