La intuición en ajedrez se ha asociado comúnmente con la belleza y con el arte, especialmente con el de la música. Este supuesto ha desagradado tradicionalmente a aquellos que reclaman la superioridad del pensamieto analítico y combinatorio y, en consecuencia, la equiparación de este formidable juego con las venerandas matemáticas.
Un ejemplo prototípico de jugador que ha practicado este milenario juego/arte y ha intentado despertar fervorosamente la belleza dormida en las piezas, como la música en las cuerdas del arpa de Bécquer, lo encontramos en Mijail Tal (1936-1992), para quien la intuición constituía la quintaesencia del ajedrez. Tanto es así que para elogiar a Petrosian (del que se dice que era difícil incluso comerle un peón) definió su estilo pétreo y posicional con estas palabras: «Petrosian tenía una penetración extraordinariamente fina del peligro y sabía prevenirlo ...Tenía la técnica de un Capablanca y la intuición del peligro de un Schlechter». En 1982, el GM argentino de tele-ajedrez Juan Sebastián Morgado presentó en Buenos Aires al GM letón Vladimir Bagirov el trabajo que venía elaborando desde 1980 sobre Mijail Tal a partir de los capítulos aparecidos en el n° 4 de la revista de ajedrez El Rey (antecesora de Ajedrez de Estilo), base de la publicación del libro Casillas Reales. Ajedrez con Mijail Tal (2009). Bagirov, partidario del juego/ciencia respondió a Morgado: «Nadie sabe más de Tal que yo, que estuve cerca de él desde sus comienzos. Tal siempre ha basado sus éxitos en una intuición extraordinaria y nada más». Morgado concluye: «No hubo ninguna posibilidad de diálogo posterior, y me quedé con la impresión de que Bagirov tenía una personalidad muy rígida, y que le resultaba dificil tolerar los más mínimos disensos. Al menos, podemos decir que Bagirov minimizaba la capacidad de Tal de producir ideas, al reducir todo a la simple intuición».
Resulta llamativo que el concepto de intuición en ajedrez no aparezca mencionado ni una sola vez en los libros fundacionales del ajedrez moderno de Lasker (El sentido común en ajedrez, 1917), Capablanca (Fundamentos del ajedrez, 1921) o Nimzowitsch (Mi sistema, 1925). Medio siglo después, Taimanov, en su desgraciado enfrentamiento contra Fisher durante el Interzonal de Candidatos de 1971, comenta que su intuición no pudo salvarle de esa joven apisonadora autodidacta que, en opinión de los analistas efectuaba jugadas tan extrañas y geniales como perpetran ahora las modernas computadoras. El refinado y culto pianista Taimanov, que perdió por 6-0, escribió al final de su tercera partida: «Toda mi comprensión del ajedrez, toda mi experiencia e intuición acerca del juego me convencieron de que mi posición debía ser ganadora. Y aun así no pude encontrar ningún camino concreto hacia la victoria». Un año más tarde, Spassky se confió igualmente a la intuición cuando afrontó la reanudación de la cuarta partida del Mundial de 1972 contra el aspirante Fisher. Imprudentemente, no estudió a fondo las variantes, con la seguridad y confianza, según se dice, de encontrar la solución sobre el tablero. El resultado para el confiado petersburgués fue desastroso.
La intuición llevaba, pues, las de perder esta singular batalla contra el cálculo y la razón hasta que el heredero espiritual y material de Fisher, Karpov, fue derrotado por el genial y sincrético Kasparov en el extraordinario Campeonato del Mundo de 1987. Kasparov en su libro Cómo la vida imita al ajedrez (2007) cita nada menos que cuarenta y ocho veces la palabra intuición, la cual reivindica específicamente y define como «un instrumento absolutamente único para cada uno de nosotros» cuyo origen está en la combinación de la «experiencia y el conocimiento» enfocados «a través del prisma del talento, que en sí mismo puede ser desplazado, modificado y educado». Con esta interpretación ad hoc del concepto de intuición, con el que parece describir su propio estilo de juego, Kasparov reconcilia de alguna forma a los partidarios del juego/arte con los defensores del juego/ciencia; es decir, fusiona y combina la individualidad irrepetible del talento y la destreza con la exactitud y generalidad del método analítico.
Francisco Ayudarte Granados