Unamuno define el ajedrez como una «soledad de dos en compañía», como un remedio sagrado o una terapia silenciosa empleada por algunos soñadores, escapistas de la vida, para huir de la humana tontería, al menos mientras dura la partida (La novela de don Sandalio, jugador de ajedrez, 1930).
Cuenta también Unamuno en La novela de don Sandalio, jugador de ajedrez (1930) la curiosa anécdota ocurrida en el Casino del pueblo entre dos aficionados al ajedrez, habitualmente rodeados por una cohorte de mirones ociosos e indiscretos. Uno de los contendientes convenció al otro de que le acompañara al urinario para evitar mudanzas fraudulentas en el tablero. Ese fue precisamente el momento elegido por los espectadores para cambiar la posición de las piezas antes de que los consocios regresaran de su infrecuente paseo en pareja. Estos reanudaron el nuevo juego hasta el final (como si lo nuevo pudiera reanudarse) sin que ninguno advirtiera, aparentemente, nada extraño o tal vez disimularon para evitar que la partida con los bromistas no acabase en una humillante derrota y alcanzar con dignidad las tablas.
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