Treinta y dos años ya... ¡Parece mentira!... Y lo recuerdo como si fuera ayer. Todos, en algún momento de nuestra vida hemos sufrido alguna experiencia personal de difícil explicación. La mía, después de tanto tiempo aún no la tiene ni la podrá tener. Comprendo, que haya gente que prefiera olvidar y no consiguiéndolo, callan por temor a los comentarios que puedan escuchar, o peor... Ser tachados de locos, de pretender un afán de protagonismo que no es tal. Saben, que nadie podrá tomarlos en serio porque ni siquiera ellos mismos lo pueden admitir. Nadie puede admitir algo que no entiende. A todos, nos enseñaron a discernir la imaginación de la realidad. Un sueño, algo inventado a una experiencia física, tangible y real... Sin embargo, aquel recuerdo aún sigue allí. Dentro de tu cabeza, en tu mente, en tu memoria. Ni se olvida, ni desaparece. Viene y va, pero al final se queda con nosotros para siempre.
El comienzo
Aquel domingo de marzo de mil novecientos ochenta y uno. Es una fecha que no olvidaré, a pesar mio.Por aquel entonces, disfrutábamos de una recién estrenada democracia. Aún no sabíamos nada del famoso golpe de Tejero. Felices y confiados, avanzavamos hacia un futuro ilusionado, prosperando en lo económico y también en lo social. Eran otros tiempos. La vida, mucho mas sencilla que la actual. Cuando tienes veintidós años, te sientes con fuerza y ganas de comerte el mundo. No te importa investigar cosas nuevas, afrontar el futuro con entereza, con fuerza, con ganas de desarrollar todo el potencial que llevas dentro. Para mí, eran tiempos de superación personal y de emancipación familiar. Como buen hijo del comercio que soy, tenía muchas ganas de tener mi propia tienda. Afortunadamente, tuve la ayuda familiar y mis propios ahorros que me permitieron cumplir mi propio sueño. Tan solo conservé mi negocio dos años mas, pero al menos pude hacerlo realidad.
El primer año de tener mi propio negocio, la cosa fue regular. Pensé, que había que dar tiempo al tiempo y proseguí un año más... No conseguí mi objetivo. Fracasé lamentablemente. De alguna forma, quise enjugar las deudas adquiridas y no se me ocurrió otra cosa que salir a vender, de mercado en mercado, de feria en feria... Me dio por ahí.
Había oído hablar mucho de los vendedores ambulantes, de sus viajes, sus tenderetes, los pueblos que visitaban... Me pareció, que podía ser una bonita experiencia, intentarlo al menos. ¿Porqué no? me dije. Si hay gente que vive solo de vender por los pueblos, también podía hacerlo yo... ¡Lo que son los pocos años! Comencé a darle vueltas a la idea... Tengo mi coche, tengo mis géneros, tengo ilusión, tengo muchas ganas de moverme, de salir de aquí.
Mi amigo Jose Luis, se ofreció a acompañarme. No, no era la primera vez. Ya había salido de viaje varios fines de semana y al menos, para mis gastillos valía la pena el viaje. Recorrí la provincia de Jaén semanalmente. Me gustaba ese circuito, porque los pueblos son relativamente grandes y la gente de campo suele ser noble y buenos compradores.
Como dije antes, aquel domingo de marzo del ochenta y uno, me decidí a salír con mi cochecito, bien cargado de géneros, dispuesto a venderlo todo a buen precio. Mi amigo Jose Luis, se empeñó en acompañarme... Para ayudarme, me dijo. Sí, sí... ¡Para ayudarme!...Pensé yo. La ayuda de Jose Luis, consistía en pasear por el pueblo en busca de una taberna donde sirvieran buena cerveza y mejores tapas. Jaén ya se sabe, es tierra de buenas viandas y mejores vinos.
Bueno, el caso es que yo pensé que al menos no viajaría solo. La compañía, siempre se agradece. Así que, lo preparé todo para salir aquel domingo. Madrugón al canto. Cinco de la mañana y este que no viene... ¡Vaya! Al fin está aquí.
La noche oscura
Partimos de Granada en plena madrugada, mas bien noche cerrada. Noche oscura, noche sin luna. Noche de lobos. Tal vez fueramos solo eso... Lobos solitarios enmedio de una noche sin luna y sin apenas extrellas. Nuestros ojos luchaban por mantenerse erguidos y a fé que les costaba conseguirlo.
La carretera, estrecha, sinuosa, sin apenas señalizar, seguía el cauce del río. Una curva, otra, otra más. Ni un alma, ni un vehículo, nada que nos hiciera pensar que circulabamos por algún lugar poblado o civilizado. Me dió la sensación de encontrarme perdido en otro mundo, enmedio de un paraje desconocido, sin referencias visuales que me permitieran orientarme. Conocía bien la carretera, la había transitado algunas veces anteriormente, pero de noche y a esas horas te aseguro que no parece la misma carretera.
Es muy extraño, pensé. No hemos visto a nadie desde que salimos de Granada y ya llevamos un buen rato rodando como hanster en su jaulita. Desafortunada observación, pensé yo. A ver, céntrate en la carretera. El amigo se había retrepado y pugnaba por echar una cabezadita, pero al parecer el zarandeo del utilitario le impedía relajarse. Habló poco y se lo agradecí, porque así podía concentrarme en la carretera y "disfrutar" del viaje nocturno
.
El encuentro
¡Disfrutar del viaje! ... Sí, sí. Aquel disfrute lo tengo yo grabado en mi disco duro particular y puedo asegurar que lo único que me produjo, fue una tremenda impresión que no olvidaré mientras viva. Llevábamos unos minutos callaitos, como niños buenos en el parvulario, cuando me vi obligado a reducir la marcha del vehículo. Se aproximaban curvas muy cerradas. A un lado, estaba el murallón de una montaña, cortada como hoja de sierra sin apenas arcén. Por el lado de estribor, se abría paso un claro entre dos montículos bajo el cual discurría el cauce del río.
Puedo asegurar sin miedo a equivocarme, que jamás en mi vida he pasado un trance semejante. Con la poca velocidad que llevaba el vehículo, pues la curva era muy cerrada y la carretera haciendo curva y contra curva, imposible ir mas aprisa... Se me ocurrió, maldita ocurrencia, girar unas décimas mi cabezita hacia el lado del río... Para llevarme el mayor susto de mi vida.
Aquella maldita cosa
Aquella maldita cosa... Flotando en el aire, a escasos metros del suelo. Un camión parado en el arcén, pensé yo. Iluso de mí... No había arcén. Bueno, pues un accidente y se han caido por el terraplén... Nó. Caido no estaba, porque se mantenía muy tieso en el aire. Vale, no se lo que es... Pues luego, que me lo explique mi copiloto. Seguramente él, podrá observar el fenómeno con mayor precisión. Mi amigo, éstaba pálido. Más pálido que la luna si acaso ésta pudiera verse, que no era el caso. Lo que más me impactó, mucho más que cualquier otro detalle, fué la forma de aquellas cabezas... Grandes como melones de Villaconejos. Adornadas ámbas, con sendos ojos de lechuza. Oscuros, más que oscuros... Negros como azabache. Profundos como un agujero negro galáctico.
Tan solo fue un segundo. Pero creo que ese segundo, muy pocas personas lo habrán podido experimentar alguna vez en su vida. En mi memoria, quedó grabado todo aquello. El extraño cacharro acampanado, sobre pequeñas y misteriosas lucecitas de color rojo... Las figuras blanquecinas de enormes cabezas, con esos grandes ojos rasgados y oscuros. Moviéndose a cámara lenta dentro de aquel campanario galáctico y... El terror que aquella noche pude sentir.
Hay algo más... Que apenas me atrevo a relatar. Una de aquellas figuras blanquecinas, que casi flotaba dentro del campanario tenuemente iluminado... Se giró hacia mí. En ese momento, el miedo se había convertido en pánico. No podía moverme. Los brazos, inertes sobre el volante se negaban a obedecer. Los pies, no recibían ordenes de mi cerebro. El coche, maldita sea... Se movía cada vez más despacio. Pensé: No saldremos jamas de aquí. Giré un poquito mas la vista, que no la cabeza y una sensación extraña inundó mis sentidos. De repente, me dio la sensación de poder ver con mucha claridad. De poder entenderlo todo. Algo, como la tremenda experiencia imposible de un despertar, después de haber estado sumido en un sueño eterno.
Aquella cosa, tenía luces. Bajo las lucecitas rojas, no había nada. No había ruedas. No había suelo, no había absolutamente nada. Simplemente se mantenía a un par de metros, suspendido en el aire. Sobre las luces rojas, se adivinaba una extraña cabina. Una especie de campana acristalada grande, aunque no demasiado. La bruma que desprendía el rio cercano, lo envolvía todo. Incluyendo a aquel objeto que no tenía ruedas, que no se movía, inerte en el aire. Como mantenido entre campos magnéticos. Haciendo un esfuerzo por superar el miedo, conseguí fijar la vista dos segundos. Los dos segundos más largos que he pasado nunca.
Figuras extrañas de luz
Dentro de aquella extraña cabina, se adivinaban, se podían observar dos figuras. Tal vez fueran tres. Este detalle, se me ha ido borrando poco a poco de mi memoria. Las figuras, blancas como fantasmas, se movian despacio. Tanto, que parecían no pisar suelo alguno. Dicen, que cuando alguien está muy angustiado, recurre a la ayuda divina. Doy fé, que es muy cierto. Yo, no rezé. Pero, si que le pedí a Dios que me sacara de allí. Y, sinceramente lo hice con todas mis fuerzas. No me importaba entender o no entender aquel suceso. Lo único que se repetía en mi mente era... Escapar de allí lo antes posible.Sentí, como si algo me sujetase. Como si algo me impidiera moverme, hacer nada o incluso intentar hablar. Fuí incapaz, lo reconozco... De dirigirme a mi amigo. Me pareció que a el también le ocurría lo mismo, porque me dio la impresión que se había dado cuenta del suceso y a su vez, permanecía mudo y quieto.
La huida
Aún no entiendo, como pudimos escapar de allí. Milagrosamente, el coche fue avanzando despacito, como llorando... Esa noche, creo que hasta el utilitario sintió angustia. Transcurrieron apenas unos segundos, que a mi me parecieron horas. Como si el tiempo se hubiera detenido y esperase la orden de "alguien autorizado" para reanudar la marcha. Como despertando de un letargo inducido, nos encontramos pasando la segunda curva, que formaba la contracurva sinuosa de la carretera y desde la cual, ya no se podía observar el fenómeno. O eso pensaba yo, porque poco a poco fuí recobrando mi voluntad para gobernar el vehículo. De tal forma, continuamos avanzando y transcurridos unos metros, dejando atrás el misterioso paraje, giré de nuevo la cabeza buscando a mi amigo.
Buscando una respuesta
La cabeza de mi copiloto, había girado hacia mí y en su expresión se adivinaba extrañeza, asombro y miedo. El primero en hablar fué mi amigo José: -¿Has visto eso?.- ¡Lo he visto!... ¿Y tú? .- Menos mal. Pensé que soñaba o peor, me había vuelto loco. - ¡Había luces! .- Sí. Las había.- ¡Flotaba en el aire! .- Sí, flotaba. ¿Has visto gente? .- Sí, los he visto. Bueno, no exactamente. No sé si era gente.- ¡Se movían! .- Sí, se movían.- ¿Has visto esos enormes ojos? .- Los he visto. Entonces, no es posible que los dos estemos equivocados. ¿Regresamos para comprobarlo? .- ¡Ni loco! Tú, tira palante y no pares hasta llegar al próximo pueblo.
Al igual que nosotros, el coche recuperó el aliento y volvía a respirar con normalidad. Continuamos nuestro camino, pero decidimos hacer una parada en el siguiente pueblo para intentar recabar alguna información sobre las obras que suponíamos podían estar llevándose a cabo en la carretera.
Conversando con los lugareños
Al llegar a Venta de la Nava, decidímos tomar el desvío hacia Iznalloz para recabar información, tomar café y repostar. Atisbamos una gasolinera y nos dispusimos a hacer nuestra parada. Esperamos un rato, hasta que el gasofá despertase y quisiera atendernos. De mala gana nos atendió. Repostamos a tope y mi amigo, con mucho desparpajo y naturalidad le espetó... ¡Buenas noches, amigo! ¿Usted no sabrá por casualidad, si se ha visto algo raro últimamente por aquí cerca? La cara del gasofa era todo un poema... Ni siquiera respondió. Se limitó a mirarnos fijamente con una extraña y desconcertante mirada. Pensaría que le queríamos tomar el pelo, dije yo.
En la taberna del pueblo
De nuevo, mi atrevido amigo: ¡Buenas noches! Tras el mostrador, el camarero se afanaba en la limpieza de los cacharros para el desayuno. Al fondo, dos paisanos sentados alrededor de una de las mesas del establecimiento. Al vernos entrar, sus orejas giraron al unísono hacia los forasteros. Miradas inquisidoras nos invadieron.
- ¡Por favor! Dos cafés con leche. Uno corto y el otro largo.- ¿Y de comer? .- Nada, ya hemos tomado unas medias lunas, con forma sospechosa.- Vale.- ¿Ustedes no son de aquí, verdad? .- No, no señor. Somos forasteros. Venimos de Granada y nos dirigimos a Jódar, provincia de Jaén.- Pues van mal encaminados, nos dice el "barman". Han tomado la dirección equivocada, debieron girar en el cruce.- No, si girar ya hemos girado, tan solo queríamos desayunar y reponer fuerzas, que nos lo hemos ganado. ¡Una noche oscura! ¿Verdad?...
El camarero, se quedó pensativo. Indeciso, como si tuviera la tentación de salir corriendo ante un inminente peligro. Los lugareños no apartaban la vista, como si quisieran proteger a su tabernero amigo. Yo pensaba... Estos están abducidos y por eso nos miran así. ¡Que peligro, Dios mío!
Los paisanos, ya nos observaban abiertamente, con los ojos como platos.- ¿ Están trabajando en la carretera por casualidad? .- Sí, contestó el asustadizo paisano... Pero, ahora no. LLevan unos días las obras paradas.- Entonces... Ahora mismo ¿No hay nadie, ni siquiera luces, ni maquinaria? .- No. No hay nada... ¿Luces, dice? El paisano, muy serio y como buscando algo bajo el mostrador... Bueno, gracias amigo, tenemos prisa.
Epílogo
Salimos de allí a todo trapo. Estoy seguro que aquel hombre buscaba algo que no era precisamente un azucarillo. Nos pusimos en marcha, no sin antes echar una ojeada a la cafetería, a cuya puerta se habían aproximado "los abducidos", sin duda con aviesas intenciones.
¿Te has fijado, como nos han mirado? .- Me he fijado. Si no nos vamos, terminamos en el cuartelillo. Mira, yo esto ya no lo comento más. Es inútil y nos van a tachar de locos. Además, tampoco tiene explicación posible, así que ¿Para que vamos a divulgarlo? .- Pues llevas razón. Demos gracias a Dios, que pudimos salir de allí en una pieza y no nos metamos en líos.
Conclusión
Treinta y dos años, guardando este pequeño secreto... Toda una vida, intentando evitar el ridículo que supondría el relato de esta inverosímil aventura. Y aun, no consigo una explicación, ni tan siquiera sacarlo de mi mente. La gente, a veces me pregunta... ¿Crees en la vida extraterrestre? ... ¡Y me lo preguntan a mí! Si ellos hubieran visto lo que yo tuve la fortuna de ver, tan solo un segundo... Y un solo segundo, fue suficiente para abrir mis ojos y entender muchas cosas.
Gracias por leerme.
Relato verídico de Antonio Segura