Nueva entrega de Francisco Ayudarte Granados, ajedrecista motrileño y escritor, recuperando los buenos recuerdos de aquellos comienzos en el tablero, las tardes de domingo.
Su padre le enseñó a jugar al ajedrez en el
pequeño cuarto de estar, junto al borde circular de la mesa camilla, alrededor
de la cual se reunían los siete de la familia con la abuela incluida. En aquel
reducido espacio almorzaban, cenaban y veían un rato la televisión de diecinueve
pulgadas y en blanco y negro, desde donde Locomotoro todavía le decía a la
cámara, a la que previamente había llamado con un gesto mediante el que doblaba
repetidamente el dedo índice (y que en algunos países se considera ofensivo),
aquello de "acércate, gordito, acércate". A partir de entonces, muchos
inolvidables domingos por la tarde, su padre y él se sentaban frente al tablero
de treinta por treinta, de casillas muy blancas y muy negras, como todo lo que
era bueno y malo en aquella época, y que, al cabo de un rato, terminaba por
molestar a la vista...
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